sábado, noviembre 11, 2006

Who the f*** is Ramón de Soto?


Página 69 del Levante-EMV del viernes 10 de noviembre de 2006. Primera página de la sección “Cultura, Sociedad y Espectáculos” (quizás sobre lo de Cultura). Una noticia a cuatro columnas informa que “Muñoz Ibáñez es comisario en el IVAM de la muestra de De Soto pese a ser cargo público”. Una imagen muestra al tal Ramón de Soto, junto a Consuelo Ciscar y un personaje en primer término tan desenfocado como aquel de la película de Woody Allen Desmontando a Harry. Está claro que sólo existe como comisario y cargo público, pero no como persona. Dudo que cualquiera de estos tres retratados puedan ser considerados personas antes que personajes; demócratas antes que déspotas; personas de la cultura antes que personajes de la impostura (por traer a colación una proclama ingeniosa lanzada el día de la pitada a la 2ª Bienal de Valencia de 2003 e ideada por I.P.B). Pero en efecto, éstos son parte de los representantes de la cultura valenciana, amenazada de muerte a medio camino entre la revisión histórica interesada y la ciénaga pétrea de Calatrava que nos enterrerará a todos.
La noticia se completa con otro artículo integrado en ella: “Cuarenta años de creación a través de 105 obras”. En él se recogen algunas frases dichas por los tres durante la rueda de prensa de la exposición. No tienen desperdicio. Manuel Ibáñez: ”cuatro décadas de creación en las que el escultor valenciano ha estado obsesionado por entender las contradicciones de la vida y la muerte, del placer y del fin de la existencia. (…) un artista difícil de encasillar sin el que no se podría entender buena parte del arte español y de la escultura contemporánea valenciana. De Soto: “ha querido reflejar las dos cosas que me interesan del arte. La primera de ellas es que la creación artística permite conocer la realidad y la segunda es que me construyo a mí mismo. Transformar la realidad es transformarme a mí mismo, aseveró”. La noticia finaliza con la referencia a lo que dijo la Directora Consuelo Ciscar: “manifestó que la muestra aporta y pone de relieve que la forma, en manos de este artista, manifiesta un fin social porque parte de un fin espiritual”.
Ni la directora ni el comisario de la muestra, ni siquiera el periódico hablan nada de las asignaturas fantasmas que Ramón de Soto, el personaje enmascarado de artista relevante y espiritual, autorizó siendo Decano de la Facultad de Bellas Artes de Zaplana-Altea, de la cual él y su esposa tuvieron que salir por patas tras sus tejemanejes desenmascarados; ni del juicio en el que tuvo que comparecer para dar explicaciones. No puede ser que este artista aquí retratado como “difícil de encasillar” sea el mismo que realizó la escultura pública-fálica sita en la Avenida de Aragón de Valencia, con la terrible excusa de ser un homenaje a los afectados por la riada de 1982, cuando todos sabemos que es resultado de su puro onanismo. No puede ser que la historia se escriba con estas artimañas, donde ni la directora del museo está capacitada para su puesto, ni el comisario pueda ejercer como tal por ser un cargo público, y donde el artista relevante sea todo menos relevante, al menos en el mundo del arte contemporáneo. Sólo podríamos definirlo objetivamente como un personaje interesado por él mismo y por todo lo que él y sus cercanos representan. Y, creannos, eso siendo muy condescendientes. mono4

sábado, noviembre 04, 2006

El verano de Hyannis Port


En el mundo de la literatura y la edición predomina el criterio mercantilista propio de cualquier campo económico en una sociedad capitalista. Los neoliberales culturales argumentan la sabiduría del público/consumidor como criterio inapelable y democrático de aquellos títulos que triunfan y que, –por lo menos, y no es poco- mejor entretienen. Y es defendible, de ahí los éxitos de libros como El código Da Vinci o el fenómeno Harry Potter- que no puedo juzgar por su calidad literaria puesto que no los he leído- cuyas cifras de venta simplificarían cualquier discusión de orden literario. No se trataría de defender una literatura difícil que pocos leen, y unos autores desconocidos cuya condición de marginales les otorga un aura de calidad indiscutible hasta que pasan a vender. Entonces pierden enteros entre los aspirantes a vanguardia que sólo recuerdan las maravillas de sus primeros títulos.
La cuestión más bien estaría en el género elegido, porque esta opción determina todo lo que viene a continuación. Si uno se decide por la novela, es que pretende vivir de lo que escribe; y esa elección implicaría una narración para el gran público al que se aspira a vender el libro. Para ello la voz debe ser democrática, es decir, aspirar a ese lector medio e ideal del que habla la crítica literaria. Por tanto, ser radical es francamente difícil. Sin embargo, cuando uno decide escribir poesía, es que no tiene demasiado interés en comer de ello, y en principio al menos, tiene una libertad total en lo que a la expresión formal e incluso ideológica se refiere. Un poeta puede afirmar cosas como la que un amigo me recordaba que decía Panero en una entrevista: llevo años diciendo que ETA es la única que hace oposición. ¿Alguien puede imaginarse a un novelista recién premiado afirmando tal boutade? El último libro de poesía que he comprado me ha costado un euro. De saldo. La novela que compre ese día me costo cinco. La inflación inversa afecta mucho más al género poético que al narrativo. Sin embargo, la voz poética es, al no tener un componente económico tan claro, mucho más libre, sincera, y por supuesto, ideológica.
mono2