jueves, mayo 17, 2007

Rita Hanna Barberá

La imagen de campaña de la Alcaldesa Rita Barberá y candidata a revalidar por quinta vez consecutiva su mandato al frente del Ayuntamiento de Valencia en las Elecciones del 27M, no deja lugar a dudas sobre su rol como personaje de ficción. Vestida de rojo, el denominado “rojo alcaldesa” (hasta en los colores han fracasado las ideologías), Barberá aparece en varias escenas compartiendo photoshop con jubilados, jóvenes, niños... en diferentes escenas que pretenden hacer un barrido social por los diversos estratos de la población. Traje chaqueta de manga larga o corta, según el momento del día o la estación del año, con falda y blusas como fondo para acompañar su insustituible collar de perlas de color blanco roto.
Todos sabemos la importancia del traje para los personajes de tebeos, cómic y animes, que cumplen, al menos, una doble función: la de ser reconocidos al primer golpe de vista por amigos y enemigos (en política serían afines y adversarios) como una marca comercial o el logo del cajero automático de un banco; y la de permitirles erigirse por encima del bien y del mal, habitando un espacio de ficción al que las críticas sólo afectan como guiños necesarios en el guión, para que al final ¡siempre! acabe triunfando el bien. En otros casos, como ocurre con las indumentarias de Charlot, Tintín, Groucho Marx, de los Simpsons... e incluso de las hermanas Gilda (existe un parecido razonable entre nuestra heroína y Hermenegilda) y su repetición machacona, sobrevuela una sensación de ralentización o parada del tiempo. Así que cumplan 40, 50 o 70 años, los personajes siempre tienen el mismo aspecto, siempre visten el mismo traje; siempre ganan sobre “los malos” o, al menos, tienen más gracia que aquéllos.
En el caso de Rita Barberá, la importancia del traje para el triunfo final parece un hecho incontestable. Todos sus adversarios políticos parecen palidecer antes los rayos encarnados que desprende su traje-chaqueta, a los que se unen los fulgores decadentes de sus perlas Majorica y su imponente voz estertorosa. Y todos y todas las/los contrincantes con posibilidades reales, que han ido debatiendo y compitiendo contra ella durante estos últimos dieciséis años, sufren del mismo síndrome de inferioridad. Sus razonamientos parecen pueriles y sin sentido; sus cejas se fruncen como las de los malvados de las películas o los cómic clásicos; sus voces suenan cargadas de resentimiento... En fin, parecen zombis que no logran encontrar su sitio en “la ciudad más viva del mundo”.
Tengo entendido que en la tercera entrega de Spiderman, de la que únicamente he visto su cartel, el hombre araña se enfrenta contra su yo oculto. En la imagen publicitaria aparece reflejado en la ventana de un rascacielos mostrando una doble imagen: en la reflejada aparece con su característica malla roja, mientras que la real nos muestra al súper héroe con la malla convertida en negra: más elegante, pero también más peligrosa. Con independencia del nivel del filme, considerado por la crítica como el más flojo de la saga, la importancia estriba en el enfrentamiento que el personaje tiene consigo mismo, reflejado en su cambio de aspecto como resultado de sus dudas de personalidad.
Parece evidente que Rita Hanna Barberá se aferra a su traje como símbolo de su triunfo incontestable, como síntoma claro de que, mientras lo vista, nada ni nadie podrán arrebatarle su puesto. Encontrar al político o la política que acabe desenmascarando y venciendo a Barberá no es tarea sencilla... y menos cuando nadie, todavía, ha intentado enfrentarla contra sí misma. mono4

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